jueves, 22 de octubre de 2009

La Malasangre

La Malasangre relata una historia de amor en el siglo XIX, y si se ubica en una época precisa, la de Rosas, es porque esa época presta coherencia y torna verosímiles determinados comportamientos y situaciones de la trama.

La pasión de amor entre Rafael y Dolores, pasión prohibida, se desarrolla en el marco de una sociedad cerrada, donde está claramente definido que es permisible o no lo es. Por eso, la actitud de Dolores y su conflicto se insertan en un espacio más amplio que el puramente privado y familiar. Si la protagonista vive su historia de amor prohibido, si crece con sus sentimientos después de su altivez y frivolidad de niña caprichosa, es porque elige. Se reconoce en su amor y pelea por él, a su manera, con los medios que tiene. Entre un padre autoritario y una madre débil, de ambigua bondad, entre la comodidad y el servilismo, desafía el poder que le marca “cómo debe ser” en el silencio, en la obediencia, en la coacción; busca y asume su propia dignidad.

Así, La Malasangre, con su “yo me callo pero el silencio grita”, señala que, de algún modo, el poder omnímodo fracasa con su imperativo de sumisión total mientras se le oponga aunque sea una sola e inerme criatura. En resumidas cuentas, esto ha pasado siempre en la historia, donde los vencidos nos salvan. Ellos, a quienes el poder no oye, gritan aún para mantener alerta lo mejor de la condición humana, nuestra conciencia.

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