PARALELISMO ENTRE DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y HAMLET DE DINAMARCA
Tanto el caballero de la triste figura como el heredero a la corona danesa reflejan una postura frente a la realidad decadente de finales del siglo XVI, época convulsionada por el despegue del capitalismo como novedoso sistema de producción, el fenómeno de la reforma protestante y la crisis socio política surgida a consecuencia de la rivalidad entre la burguesía y la nobleza. El escenario pronto propiciará el cuestionamiento a los esquemas antropocéntricos renacentistas, preparando la llegada del manierismo como reacción artística ante los cánones clásicos postulantes de un modelo ideal humanista. El carácter primordial otorgado al ser humano se desmorona paulatinamente al advertirse que es él mismo el responsable de la decadencia en la que se ve inmerso. Así, las formas plásticas se alargan en los lienzos; la música, la escultura, la arquitectura cobran matices complejos y la literatura vaga entre situaciones dialécticas de razón y locura.
Es de ahí que tanto el genio español como el inglés se valgan de figuras retorcidas, fluctuantes entre fuerzas opuestas: lo sublime contra lo grotesco, lo heroico contra lo perverso, lo realista contra lo idealista. La convulsión social, trasladando sus conflictos espirituales a este vaivén de aparentes contradicciones, desembocará en la fingida locura de Hamlet para cobrar la muerte de su padre al rey Claudio, o en el trastorno de Alonso Quijano provocado por los libros de caballerías. No obstante la sensación de desprecio o compasión que pueden evocar ambos personajes, se aprecia una honda preocupación por el medio corrompido que les rodea. Sin embargo, cada uno en particular enfrentará a dicho medio con matices particulares, definiéndose ambos arquetipos a través de sus actos.
Conforme a
Empero las intenciones de Hamlet para poner en evidencia la corrupción de los nobles- lo cual es logrado brillantemente por el cisne de Avon al crear la escena teatral dentro del teatro mismo- emanan de su interior pensamientos claramente machistas, como también reflexiones pesimistas acerca del mundo y de los seres humanos que lo habitan. Apuntará Matilde Elena en su ensayo “Clásicos Universales: Hamlet, Don Quijote, Don Juan, Segismundo y Fausto” que el príncipe Hamlet se torna sombrío muchas veces, inclusive injurioso con las damas al exclamar frases como “Fragilidad, tu nombre es mujer”; oponiéndose así diametralmente al espíritu caballeresco del Quijote.
Pero su enfrentamiento contra los vicios del mundo no pierde vigor pese a sus misóginas palabras, al contrario, todo el retruécano que Hamlet en sí mismo representa, no se limita a atacar la apariencia de sepulcro blanqueado de la corona inglesa de aquellos días por medio de su falso trastorno, sino además, se adelanta siglos a expresar la náusea vanguardista de Sartre, esa sensación de sin sentido que ocasiona verse inmerso en las esferas del caos. Be or not to be, that is the question! no sólo sintetizará las fluctuaciones de Hamlet, sino también todo el espíritu del manierismo que, instalado en el alma de Shakespeare una vez alcanzada su madurez bio-psicosocial, se manifestará durante algún período en Gran Bretaña hasta el auge del Barroco.
En tanto que dentro de la literatura inglesa Shakespeare y Hamlet son los máximos símbolos, la literatura española cuenta con el padre de la novela moderna y su mundialmente famoso caballero: Miguel de Cervantes Saavedra y el ingenioso hidalgo Don Quijote de
Mucho se ha discutido sobre la demencia de Alonso Quijano, pues mientras para algunos el trastorno es clarísimo (recuérdese que Freud aprendió la lengua cervantina únicamente para estudiar el comportamiento anormal del caballero, concluyendo que había sido muy caracterizado), otros se inclinan a considerar que su locura no es sino una opción que a los ojos de sus coetáneos aparenta ser descabellada. El discurso con los cabreros, los consejos a Sancho Panza antes de gobernar la ínsula Barataria y el discurso de las armas y de las letras, son significativos pasajes en los que se aprecia una visión sublime sobre cómo enfrentar la decadencia del mundo al cual Don Quijote pretende modificar arrojándose a una aventura.
Hamlet se finge loco, Don Quijote asume una locura. Cuando el primero se ve –sin pensarlo- atado por su actuación, el segundo la convierte en la rosa de los vientos que le libera de la banalidad mundana, lleno de esperanza en el espíritu humano que podrá sobreponerse al caos. Para
¿Y qué decir de sus actitudes para con la mujer? En su relación con la amada hay un notable distanciamiento, pues Ofelia se ve condenada a la locura real, definitiva; a nunca consumar su idilio con Hamlet quien finalmente la rechaza. Por el contrario, el caballero de la triste figura no vacilará en enaltecer a una campirana mujer bajo la figura de Dulcinea del Toboso, inspiración en todas sus batallas. No se puede concebir a Don Quijote separado de Dulcinea, símbolo de los ideales puros. Empero, hay también que remarcar el carácter manierista del personaje cervantino, el cual le asemeja a Hamlet. Sus fallidas aventuras, el aspecto anacrónico y deplorable del Quijote y su escudero, la incomprensión, las burlas, los intentos por detener su heroísmo…cada uno de estos aspectos se conjuga para proyectar un mundo adverso al ideal, una realidad que atentará a cada momento contra la esperanza de transformación, de aspirar a lo sublime, ansiosa de devorarlo en la decadencia.
Será en definitiva el lector quien juzgue a estos dos grandes símbolos de la literatura universal, interiorizando cuál debe ser el compromiso a asumir con la realidad. Lo que es digno de apreciación tanto en los personajes como en sus creadores, con sus semejanzas y diferencias, es la capacidad de proponer que, ante todo, el individuo no puede permanecer indiferente ante las convulsiones de su tiempo, sino que debe identificar su rumbo en la vida: Si ladran los perros Sancho, es que cabalgamos…
gracias Ezequiel
ResponderEliminarEze, malísimo.
ResponderEliminarCon amor